lunes, 16 de mayo de 2011

La Boca está de fiesta


Cuánta expectativa, esperanza, y pasión, por parte de los simpatizantes “xeneizes” y “riverplatenses”, en la nublada tarde del domingo en la mítica Bombonera, la cual sería sede de un nuevo y ansiado espectáculo, como lo es el “Superclásico” del futbol argentino, entre nada menos que Boca y River.
Mucho color brindaba la gente. Color que se veía reflejado en las banderas azules y amarillas, bombos y redoblantes que generaban ese ruido tan característico, sombreros de toda clase, tatuajes con los escudos gravados de los respectivos clubes. Algunas cualidades le daban al acontecimiento un matiz especial, y el fervor se hacía  presente en los alrededores.
Un par de horas antes de comenzar el partido, los espectadores se iban acercando al estadio Alberto J. Armando, en el pintoresco barrio de “La Boca”, y algunos otros, merodeaban por los suburbios desde horas más tempranas, palpitando entre charlas y relatos anecdóticos este famoso y tradicional clásico. Por parte de los fanáticos millonarios, hacían su ingreso al estadio mediante el acceso en la calle Juan de Dios Filiberto, como pasa habitualmente con el público visitante.
Una vez en la cancha, todo comenzaba a vivirse con mayor ansiedad. ¡El marco era imponente! El disfrute pleno. No cabía un alfiler. Las tribunas rebalsaban. Solo faltaba que los jugadores salieran al terreno de juego para que se desate la euforia para que los cánticos y arengas históricas y características de los hinchas comenzaran. Un público inspirado en sus cámaras fotográficas y teléfonos celulares, con el deseo de atesorar recuerdos.
En el instante que ingresan los jugadores “millonarios” al rectángulo de juego, se desata el aliento y fervor de 4.500 fanáticos ubicados en la tercera bandeja que da a la Avenida Brandsen. Restaba que saliera Boca, cuando el “hombre de la película”, Martín Palermo, aparece en escena. Un ídolo de la gente.  El “titán”, venía de marcar tres goles consecutivos y andaba con ganas de escribir uno de sus últimos capítulos de su particular y conmovedora historia. Como si fuese poco, en su último clásico como jugador profesional y vistiendo la gloriosa camiseta de azul y oro. Él encabezaba la larga fila de once muchachos que estaban dispuestos a dejarlo todo y a transpirar hasta la última gota de sudor.
Mucha alegría despilfarrada. Millones de papelitos, miles de globos,  serpentinas que iban cayendo lentamente, y los gritos ensordecedores en ambas tribunas tras los: “ ‘¡Y dale y dale, y dale Boca dale! o ¡Soy de River, soy de River, soy de River, yo soy!’ ”; ovaciones a Riquelme y Palermo, dos de los ídolos de los hinchas de “boquenses”. Por el lado del “Millo”, el “Pelado” Matías Jesús Almeyda, se llevaba todos los reconocimientos y aplausos.
Finalizado el recibimiento ceremonioso, solo restaba que el árbitro del encuentro, Patricio Lousteau, de inicio a la primera mitad para que, lentamente, el silencio se apoderara del estadio, y la tensión en las tribunas aumentara considerablemente.
Comenzado el macht, la atención estaba puesta en el verde césped. Tras 20 minutos de juego, llega el primer gol de Boca, luego de la equivocación de Carrizo, para desatar una locura que parecía no tener fin. Las grandes avalanchas se hacían presentes. La Bombonera temblaba y retumbaba por los festejos. Un grupo reducido de gente, eufórica, manifestaba su creatividad e ingenio levantando cada uno una letra de cartón color blanca para formar las palabras “Promoción 2011”, como motivo de cargada hacia su rival de turno. El folklore futbolero cobraba vitalidad.
No pasó mucho tiempo, decretado el primer gol, para que apareciera la presencia goleadora del interminable Martín Palermo estableciendo el 2 a 0 parcial, para la conmoción de los simpatizantes, lo que significó el momento de mayor éxtasis de la tarde, por la connotación de este personaje y todo lo que lo rodea. De otra dimensión.
Hombres, mujeres y niños, lloraban de felicidad. La nostalgia se percibía y se manifestaba en las camisetas con inscripciones como “Yo he visto a Martín Palermo”, entre otras. Aplausos de casi todo el estadio y el “Paleeermo…Paleeermo…”, bajaba de las tribunas en agradecimiento al “Loco”. Mientras, los visitantes permanecían en un silencio atroz que se los estaba devorando. Parecían una postal. No se vislumbraban señales de ninguna clase de movimiento. La antítesis eran los “xeneizes”, quienes no paraban de arengar y saltar en sus lugares, a modo de festejo.
En el segundo tiempo, no hubo ningún hecho importante, y finalmente, la orden del juez sentenció el partido, para la felicidad “boquense”. Para culminar, la mayoría del estadio participaba de un cántico en honor a su rival de toda la vida con el famoso “El que no salta se va a la B…”.
La gente de ambos equipos se ha brindado al máximo, con un amor incondicional y sus muestras de cariño se han originado desde las tribunas.
Sin embargo, la realidad marca hoy que solo ha habido un vencedor en el campo de juego, como así también en los rostros de los hinchas de Boca, quienes fueron los artífices de la gran fiesta.